Fecunda

—Levantando, 15.031.
La voz gomosa de la Cuidadora la despierta de golpe.
15.031 —Sonia, antes de que las petionellas evolucionaran, cuando aún no habían arrasado con las tres cuartas partes de la humanidad— siente el pelo empapado de sudor, un pegote con la almohada. El sabor amargo en la boca la hace recordar… ¿qué?
No logra recordar. La cabeza le duele como si se la estuvieran acribillando con aguijones. Hasta le molesta esa luz enferma que entra por los barrotes. Sólo entiende su extremo cansancio, como cuando Carlos aún vivía. Esa pesadez típica de después del sexo, que la vuelve sensible.
Por qué no puede olvidarlo, cuánto lo extraña.
Pero ella es fuerte, no llorará delante de la invasora. De la nueva Cuidadora que le asignaron.
—Despertando, 15.031 —la voz inconsistente se pierde ahora en la distancia—. Yendo heladera. Buscando nutrientes. Ganado alimentarse.
Ella no se atreve a mover un solo músculo hasta que se desvanece el último eco de la voz. Sobre el camastro, siente su mugriento cuerpo desnudo bajo los trapos, igual que cuando él la despertaba a mitad de la noche para el amor. Ella disfrutaba del amor en esos años. Luego se dormía desnuda entre sábanas de raso.
—15.031 —oye—. Despertando.
Y de nuevo la sensación del cuerpo desnudo, el malestar de haberse dormido sin lavarse después del sexo.
—15.031.
Un contacto de baba tibia roza su hombro.
Otra vez su Cuidadora petionella sacándola del disfrute del pasado.
Ella abre los ojos. Lentamente.
La luz, aunque pobre, alcanza para estudiar a la nueva guardiana.
Hace tiempo que las petionellas no se transforman. Aparentemente se han estacionado en ese bestial formato.
Su Cuidadora se desplaza, erguida sobre las patas traseras, dejando un baboso rastro azul en el cielorraso, en el piso.
Sonia la ve inclinarse: la petionella se le abalanza hasta rozarla en un gesto similar a un beso en la mejilla.
¿Por qué haría eso?
Y ahora sí, Sonia logra recordar la noche anterior, cuando la petionella entró a su celda. La invasora ya no andaba desnuda como el animal que era: vestía ropa de humanos. Ropa de cuando existía ropa, por supuesto. “Haciéndote compañía”, había dicho. Y Sonia la observó alimentarse con algo que al principio creyó galletitas mal moldeadas. Pero las galletitas se movían entre las torpes pinzas o dedos azules, se movían y tenían ojos y antenas. “¿Gusanos?”, dijo. “15.031 estúpida. Nutriéndonos larvas”.
Larvas. Engullían larvas: gruesas y duras larvas.
“Cosechando antes que haciéndose mariposas”, había aclarado la voz elástica, mientras succionaba las tripas de la larva.
Y Sonia, la noche anterior, le había notado algo extraño a su Cuidadora. Ya era raro que se alimentase por primera vez delante de ella, y también era raro lo de la ropa. Pero había algo más, algo que no debía estar ahí. Ahora lo recuerda bien. La petionella olía diferente. Un olor familiar: el aroma de Carlos.
Claro, se dice Sonia, por eso me dormí enseguida. Era como si mi hombre hubiera vuelto para protegerme. Y por eso soñé con él, desperté pensando en él. Pensando en el amor.
Se incorpora un poco en el camastro, cuidando de no mostrar su desnudez.
La petionella la examina. Estática. Paciente.
Bichos inmundos, piensa Sonia. Se relacionan más con los humanos que entre ellos mismos. Qué demencial.
Se pasa la mano por la mejilla. Su piel parece estar asimilando la baba del beso.
No puede ser, se dice. ¿Estaré volviéndome loca?
—¿Qué sucediendo, 15.031?
Ella se levanta de un salto, cubriéndose con los trapos.
Esquiva a la petionella, que se interpone entre ella y el cagadero, y se encierra.
Necesitaría mirarse en un espejo, lavarse la baba azul de la mejilla.
¿Qué era la privacidad? Aquella letrina es el único lugar donde puede estar sola.
Golpes blandos, como sopapas, insisten en la puerta.
—Alimentándose, 15.031 —oye—. Desde hoy, comiendo larvas mientras no convirtiéndose en mariposas.
Entonces Sonia, 15.031, baja la mano hasta la entrepierna y se mira: los residuos azulados casi han terminado de absorberse.

Publucado en la antología Buenos Aires Próxima.

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